sábado, 4 de octubre de 2008

LA MENGRANA



¡Qué hermosa esta granada, Platero!. Me la ha mandado Aguedilla, escogida de lo mejor de su arroyo de las Monjas. Ninguna fruta me hace pensar, como ésta, en la frescura del agua que la nutre. Estalla de salud fresca y fuerte. ¿Vamos a comérnosla?.
¡Platero, qué grato gusto amargo y seco el de la difícil piel, dura y agarrada como una raíz a la tierra! Ahora, el primer dulzor, aurora hecha breve rubí, de los granos que se vienen pegados a la piel. Ahora, Platero, el núcleo apretado, sano, completo, con sus velos finos, el exquisito tesoro de amatista comestibles, jugosas y fuertes, como el corazón de no sé qué reina joven. ¡Qué llena está, Platero! Ten come. ¡Qué rica! ¡Con qué fruición se pierden los dientes en la abundante sazón alegre y roja!.

(J. R. Jiménez, Platero y yo


Según la mitología griega, un granado brotó de la sangre del dios del vino, Dioniso, cuando fue despedazado por los titanes, y por ello el fruto se abre como una herida, mostrando su interior rojo. Para los antiguos griegos la granada simboliza la promesa de resurrección, pues Rea, la abuela de Dioniso, logró recomponerle y devolverle a la vida. También la tradición helénica cuenta que Hades, el dios del mundo subterráneo, raptó a la hermosa Perséfone; su madre, la diosa Hera, la buscó desesperadamente, hasta encontrarla y recuperarla; pero la joven había comido siete granos de una tentadora granada cuando estuvo en el reino de los muertos, rompiendo el ayuno aconsejado por Zeus, por lo que se vio obligada a descender de nuevo a los infiernos.

Finalmente llegaron al compromiso de que Perséfone pasara parte del año con Hera, la diosa de la fecundidad, dando origen a la explosión de júbilo de la primavera y en otra época con el dios del mundo subterráneo, surgiendo el desapacible invierno.

La tradición judeocristiana ve en el granado un símbolo de exuberancia, fue uno de los frutos de la tierra prometida, juntamente con uvas e higos. (Números 13,23) , tal y como siguió Moisés predicando a su pueblo durante los cuarenta años en el desierto, tras la liberación de la esclavitud en Egipto.

Yavé, vuestro Dios, os va a introducir en la tierra buena, tierra de torrentes, de fuentes, de aguas profundas que brotan en el fondo de los valles y sobre los montes; tierra de trigo, de cebada, de viñas, de higos y granados, tierra de olivos, aceite y miel. (Deuteronomio 8,7-8)

San Juan de la Cruz en su "Cántico espiritual" reconoce en el fruto las perfecciones divinas, con sus innumerables efectos, la redondez que los encierra como expresión de la eternidad divina y la suavidad del jugo como la del gozo de un alma que ama y que conoce. La iglesia misma se reconoce como una granada que reúne bajo una cobertura protectora única a multitud de semillas fértiles de pueblos diversos.

Para los árabes el granado también es sinónimo de vergel y de regalo de Dios, con este sentido se menciona tres veces en el Corán.

Él es Quien ha creado huertos, unos con emparrados y otros sin ellos, las palmeras, los cereales de alimento vario, los olivos, los granados,... (Corán, Sura 6, Aleya 141)

En el Islam, el valor de la granada excede al puramente nutritivo, pues está considerado como fruto medicinal. En un hadiz, que recoge los dichos del Profeta, se indica: "Quien coma tres granadas en el curso de un año, será preservado contra las enfermedades oculares por ese año" . La literatura árabe es rica en imágenes en torno a la granada, a la que se le asocia cierto simbolismo femenino.

Sus mejillas son como la flor del granado
y sus labios jarabe de granadas;
de su pecho de plata brotan dos granadas

(Antiguo poema persa)

Los granados de Toledo o Toleitola, en la época de dominación musulmana, eran famosos por sus flores, que según cuentan, eran tan grandes como las propias granadas.

Se parece a la rosa por su doble fila de pétalos
y su color se aproxima al manto teñido de cártamo,
aparece enorgulleciéndose en una casa de fuego
imita a las mejillas de las vírgenes saturadas de rojo
y que hubiera sido rozadas por guiños y miradas

(Abu-l-Walid, Antología de poemas florales)

Este poema andalusí del siglo XI juega con una imagen etimológica imaginaria, pues la flor de granado en árabe se denomina yullanar y el poeta habla de una casa (yull) de fuego (nar) .

En la literatura árabe actual, este árbol sigue estando presente, como lo demuestra este relato publicado en 1932 por el escritor libanés Khalil Gibran.

Había una vez un hombre poseedor de varios granados en su huerta. Todos los otoños colocaba las granadas en bandejas de plata fuera de su morada, y sobre las bandejas escribía un cartel que decía así: "Tomad una por nada. Sois bienvenidos". Mas la gente pasaba sin tomar la fruta. Entonces, el hombre meditó, y un otoño no dejó granadas en la bandejas de plata fuera de su morada, sino que colocó un gran cartel: "Tenemos las mejores granadas de la tierra, pero las vendemos por más monedas de plata que cualquier otra granada". Y, creedlo, todos los hombres y mujeres del vecindario llegaron corriendo a comprar. (Khalil Gibran, Las granadas, El vagabundo)

Este escritor fue gran entusiasta de los antiguos poetas del "paraíso perdido", al-Andalus, la civilización que se hundió cuando Boabdil "el chico", el último rey nazarí marchó hacia el exilio. Según cuenta la leyenda, en un alto, conocido hoy como el Suspiro de Moro, lanzó su última mirada hacia atrás, la fértil vega de Granada, donde esta cultura originaria del desierto había encontrado un lugar pródigo por la naturaleza y lo había convertido en un rico vergel de jardines y fuentes.

La granada es la prehistoria
de la sangre que llevamos,
la idea de la sangre, encerrada
en glóbulo duro y agrio,
que tiene una vaga forma
de corazón y de cráneo.

(F. G. Lorca, Canción oriental)





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